En Cuba vivíamos profundamente desinformados sobre la vida en los países capitalistas.
Vivíamos creyéndonos los mitos que nos enseñaban.
Rafaelito, por ejemplo, cuando llegó a Montreal y se instaló en un flamante barrio donde los negros andaban en grandes carros brillantes, no entendía nada.
¿Es que todos estos negros son los choferes?
¿Y como es que los dejan llevarse los carros para su casa?
Pero los negros no iban a trabajar. Se pasaban el día bobeando en la calle. Salían un ratico pero regresaban enseguida. Siempre en grupos de tres o cuatro. Bien vestidos. Tomando cerveza en la calle... masticando chiclets...
Mucho trabajo le costó entender que esos negros eran desempleados y vivían del Welfare, que los carros brillantes eran cacharros de hace 10 años y que estábamos en el barrio mas malo de Montreal.
Luego cuando él mismo se compró un cacharro similar y vio que podía moverse libremente por todo el país, empezó a entender algunas cosas.
Un día descubrió uno de esos lugares de sueño al borde del río. Pasó en la maquina y no se atrevió a bajarse. Obviamente tenia que ser un club exclusivo para ricos. El no podría ni atreverse a entrar allí. Yates atracados en el rió, restaurantes de lujo, unos parques increíbles con pistas de bicicletas y patines a dos ruedas. No. Eso tenía que ser para los millonarios. Un día una amiga le dijo que la entrada era libre lo convenció para ir a tomarse un refresco. El estaba seguro que le iba a costar una fortuna si lo dejaban entrar. Además, se iba a sentir humillado ante el portero. Pero no podía decirle que no a la amiguita. Allá fueron. No había portero. Los refrescos costaron un par de pesos. Todo el mundo podía entrar, incluso los pobre. No costaba nada. Más bien ese parque era fundamentalmente para los pobres.
Algo no cuadraba...
Un día consiguió un trabajo. Le pagaban a 10 dólares la hora. No diez dólares el mes: A diez dólares la hora. No podía imaginarse como ese hijeputa capitalista podía explotarlo pagándole ese salariazo. ¿Y la plusvalía...?
Luego comprendió que lo estaban esquilmando cuando vio que otros trabajos similares pagaban 30 dólares la hora. No entendía nada.
Un día fue a una entrevista para otro trabajo y decidió que no se dejaría explotar más. Pidió 30 000 dólares al año. El dueño dudó. Rafaelito estuvo a punto de decir que 25, pero el dueño no lo dejó.
-El puesto que tú vas a ocupar tiene un salario mínimo de 40 000.
Rafaelito estuvo a punto de echarse a llorar.
Un día vio un recorte de periódico en el mural de la cafetería. El dueño había acabado de donar 1 millón y medio de dólares a una universidad.
Rafaelito no entendía nada.
Ese tipo era un despiadado capitalista explotador...