Israel.

Israel no había estudiado. Mientras nosotros habíamos escogido el camino de los libros, él había escogido la vida militar. A veces las relaciones se ponían muy tensas entre nosotros, porque discutíamos a menudo. Le reprochábamos haber escogido el camino más fácil y le advertíamos que sin estudiar no iría a ningún lado. Era lo que siempre oíamos. Pero seguíamos viéndonos a cada rato, porque como él vivía en Holguín y su unidad estaba en La Habana, la mayoría del tiempo no tenía nada que hacer en los pases y venía a casa a pasar el fin de semana con nosotros. Cuando nosotros terminamos la universidad y empezamos a trabajar, Israel apenas era subteniente. Entonces dejó de venir por casa durante mucho tiempo. Cuando finalmente se apareció a los pocos años, vino en un Lada blanco. Una gorra de plato adornaba el parabrisa trasero aunque él venía vestido de civil. Había cambiado mucho. Andaba perfumado y con ropas nuevas. Su piel, que habitualmente era muy bronceada, ahora tenía un tinte muy pálido.

-¿Te acuerdas cuando tu me decías que sin estudiar no iba a ningún lado? –Me preguntó con ironía. – Pues ya soy coronel y tu eres un simple ingeniero.