Habíamos acabado de recibir una nueva ola de maestros jovencitos acabados de formar durante la campaña de alfabetización. Llenos de brío y entusiasmo revolucionario. Obviamente con una deficiente formación pedagógica y casi nada de experiencia, pero todo eso vendría después. Por lo pronto, hoy había que comenzar la clase cantando el himno nacional a viva voz. Nuevas orientaciones de la dirección.
Allá explica nuestra maestrica de sexto grado que había que cantar bien fuerte. Parados quietecitos, con la cabeza en alto, los brazos al lado del cuerpo y mirando a la bandera. Y allá fuimos todos a cantar. Cuando íbamos por la segunda estrofa, la maestrica levantó la mano como quien para un carretón de bueyes y gritó a plena voz:
-¡Marta Beatriz Pérez y del Castillo! – Todos nos callamos y nos viramos para atrás. En la última fila estaba Martica roja como un tomate, sentada con las piernas abiertas como siempre y los talones apoyados en la tablita del pupitre de adelante. Miraba con sus grandes ojos verdes hacia la maestra, como tratando de entender lo que había pasado.
-Párate delante de la pizarra. Ahora vas a cantar el himno sola, delante de toda el aula para que aprendas que los símbolos patrios se respetan.
Durante unos segundos no pasó más nada. En el silencio que siguió, pude oír a la maestra de cuarto grado empezando la clase en el aula del lado.
-¡Marta Beatriz ven acá inmediatamente! -Gritó aún más alto la maestrica.
Martica bajó los ojos y los pies y los puso en el suelo, pero no se levantó. No podía.
A mi se me hizo un nudo en la garganta y hubiera querido que pasara algo para evitarle ese dolor. Pero no pasaba nada.
Unos segundos después, Angelito se paró, fue hacia la pizarra y empezó a cantar a voz en cuello y muy desafinado: “alcombate, alcorrer, bayameses”. Todo el mundo sabía que Angelito estaba loco. No era la primera vez que hacía algo así.
Y eso es lo que necesitábamos. Nos fuimos parando uno tras otro delante de la pizarra y sumándonos a su desafinado canto hasta que logramos enderezarlo un poco. Para cuando Martica llegó al grupo ya éramos una sola voz.
Eso es un leader.
Llegué a temer que Martica fuera sorda o tullida. ¿Pero qué mejor razón que un blumer y dos ojos verdes?
ReplyDeletepensé también que Martica era testigo... o que se hubiera hecho pipi, pero
ReplyDeletede cualquier modo, lo ‘volao’ es que Angelito ya sabía de sexto grado que su verdadero nombre era Nuwanda.
nos pillamos Al,
tony.