El cartero llegó jadeando cuesta arriba.
Campeón y la sombra del buzón descansaban en la escalera.
Abrió la tapa del buzón para meter la carta con el borde azul, rojo y blanco y el sello de la campanita de 13 centavos, pero le llamó la atención que aún estaba La Bohemia que había traído el viernes pasado. Tocó varias veces a la puerta pero nadie vino a abrir.
Fue hasta el Comité y preguntó si sabían algo de Martín. Nadie sabía nada. Alguien vino, metió la mano por la ventana de la cocina y abrió la puerta. Y allí estaba Martín muerto de tristeza.
El cartero se quedó un momento mirando hacia el mar. Pensó que sería mejor devolver la carta . Así tendría un motivo para escribirle unas letras a Rosita. Le diría que lamentaba mucho lo de su padre, pero el pobre Martín ya estaba muy viejito.
Apenas unos años atrás Campeón y Rosita correteaban en aquella loma, pero un día Rosa y Rosita se fueron para el Norte y el viejo se quedó allí con Campeón para defender su Revolución. Al principio parecía que iba a sobrellevar la separación. A menudo venían los compañeros a visitarlo. Incluso un par de veces vino una compañera con el pelo suelto. Pero el recuerdo de Rosa no se iba y no dejaba espacio para ninguna otra mujer. Luego ya nadie venía.
La sombra del buzón apenas se había movido de la escalera cuando el cartero descendió hacia el mar. Allí estuvo un rato sentado en una piedra mientras rompía la carta y tiraba los pedazos al agua.
Cuando iba de regreso cuesta abajo, tuvo la sensación de que lo seguían. Era Campeón. Parece que no es fácil vivir solo a la orilla del mar.